miércoles, 27 de mayo de 2009

Déjame Entrar

- ¿No tienes frío?
- Lo he olvidado.


Esta no es una película contemporánea, a pesar de haber sido estrenada el año pasado.

Esta no es una película como Crepúsculo o Underworld, por ello no ha tenido tan buena taquilla.

Esta no es una película en la que os podáis enamorar del protagonista, pero sí podemos deleitarnos con una preciosa historia de amor.

Esta no es una película en la que se desvirtúa y se falsea el mito, pues yo no podría imaginarme a un vampiro de una manera distinta a como se plasma en este film.

Esta es una película de vampiros. O más bien, una realidad de vampiros.

Así pues, queridas adolescentes (y no tan jóvenes), con las hormonas en una hirviente revolución e infinitos pájaros en vuestras obsoletas cabecitas: no veáis esta película y, mucho menos, os leáis el libro que la inspiró.



Déjame entrar, de manufactura sueca y sabor ochentero, narra la historia de Óskar y Eli, dos niños de 12 años, dos niños solitarios, dos niños maltratados por la vida, que sólo se diferencian en un detalle. Él es mortal y ella es un vampiro.

Con este planteamiento, se desarrolla una historia de amor entre ambos, pero no el amor edulcorado e idealizado al que estamos acostumbrados a ver en los subproductos de Hollywood. Es un romance primerizo, como el que podrían tener dos niños, también intenso y profundo, como el que podrían tener dos introvertidos y, sobre todo, romántico e imposible, como el que podrían tener un mortal y un vampiro.

Las escenas que se van sucediendo a lo largo de la trama son sobrecogedoras, en todos los sentidos, no sólo en la aparente atracción que puede sentir el ser humano hacia la sublime y elegante inmortalidad de alguien que ha vivido centurias, atrapado en una edad que no se corresponde a sus vivencias, sino que podemos vislumbrar la inocencia y la ingenuidad de la infancia, pero también la crueldad y la crudeza de lo que implica tener que matar para sobrevivir. La soledad que ambos protagonistas muestran es el nexo de unión entre ambos, que se firma con un simple regalo: un cubo de Rubik. A partir de este momentos, nunca más volverán a sentirse solos y encontrarán ese apoyo que les falta, que les hace sentir incompletos y desdichados.

El vampirismo se aborda de manera tradicional, pero efectiva. Es un tormento, una maldición, pero también una resignación por parte de Eli, que tiene asumido que tiene que alimentarse mediante el asesinato. Aquí no hay vampiros adolescentes que seducen y atraen a chicas corrientes de instituto para hacer soñar a las quinceañeras. Tampoco hay oscuros caballeros andantes con colmillos, con precisión para atravesar corazones con las balas de sus pistolas o haciendo fintas imposibles con espadas de doble filo. Hay una niña de 12 años. Y no hay nada más dantesco que ver a una niña de 12 años entrar en un maníaco frenesí, dejándose llevar por instintos primarios para saciar una sed que la tortura.

El acoso escolar es el otro gran tema tratado en la película, donde podemos apreciar el sufrimiento de un niño que no es capaz de plantar cara a sus agresores y que tiene que aliviar sus incapacidades con un machete con el que juega que mata a aquellos que lo martirizan. A esto se le une una familia rota y desestructurada y un comportamiento traumático que conduce a Oskar a coleccionar recortes de periódico de asesinatos y temas de escabrosa índole en un cuadernillo que esconde con celo. Afortunadamente para Óskar conoció a Eli y ella encontró las palabras que podrían ayudarle. No obstante, no todo quedó en palabras.

En relación al acoso escolar, he de hacer una mención especial a la escena que se produce en la piscina, en los momentos finales de la película. No revelaré nada, pero sólo puedo decir que me provocó un gran impacto. No sé si considerarla la mayor demostración de amor que he visto en mi vida o una de las escenas más feroces y sanguinarias que jamás veré.



En lo que respecta a la interpretación, sólo puedo decir que es espléndida, especialmente la protagonizada por los niños y más concretamente por Kare Hedebrant, el actor que hace de Óskar, que puede tener un brillante futuro si su actuación no refleja su carácter en la realidad (porque ese empanamiento que demuestra y que encaja a la perfección con el personaje, no debe ser muy sano). La dirección y la fotografía merecen todo tipo de elogios, puesto que cada escena es una verdadera obra poética; una gélida y nívea obra poética, como no podía ser de otra manera con un paisaje nórdico que se afina perfectamente con las emociones que nos traslada la película.


En definitiva, es una película de vampiros cómo las que hace años que no se hacía. Es bella, es melancólica, es sensible. Es dulce, pero terrible. Es estremecedora, pero en todos los sentidos que implica la palabra, no sólo en el sangriento, blasfemo y repulsivo, cuyas dosis también nos las ofrece ciertas escenas, también en el dramático, en el realista y en el romántico. Adolece de lentitud y redundancia, pero en mi opinión, esto está más que justificado. Una historia así no se puede contar de otra manera para que el espectador pueda llegar a creerse lo que está viendo.

Todavía no logro quitarme de la cabeza la imagen de ambos, besándose, con la boca de la niña cubierta de sangre y su mirada vidriosa, oscura y profunda clavada en la del niño.



No dudéis más y dejad entrar a Eli a vuestra casa. No os decepcionará.

Hacedlo antes de que en Hollywood rueden y estrenen el remake, poco les faltará para destruir esta evocadora película.

TÍTULO: Déjame entrar
AÑO: 2008
PAÍS: Suecia
DIRECTOR: Tomas Alfredson
DURACIÓN: 1 hora y 54 minutos
COMENTARIO: Basada en la novela Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist.

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